Katia se había ganado una beca, tendría que vivir por dos semestres en una de las ciudades más representativas del Norte. Ambos estaban felices.
Se instalaron en uno de los edificios de departamentos cercanos a la Universidad. Israel no tardó mucho en encontrar trabajo. Sería cocinero en uno de los restaurantes mexicanos que circundaban al campus.
El asesor de Katia le exigía largas horas de trabajo, el dueño del restaurant estaba muy satisfecho con el talento de Israel. Se veían por las noches y comían juntos en los días de descanso de Israel.
Katia se sentía segura, tranquila, después de una larga temporada, podía pensar en su trabajo como algo que la apasionaba, en el pasado sólo hizo lo que tenía que hacer teniendo la cabeza en otro lado.
De regreso a casa, Israel pudo ver que alguien se mudaba al piso de arriba, justo sobre sus cabezas, hizo un gesto desaprobatorio, por que después de haber vivido por casi tres años en edificios de estudiantes sabía lo que puede ser tener vecinos.
Quien se mudaba era un hombre alto, rubio y malencarado, con un acento inteligible. Exhausto dijo: hi!, el hombre no contestó. Israel prefirió pensar que el hombre no lo había escuchado, le cerró la puerta en la cara.
Katia había llegado muerta, se metió en la tina con un libro. Israel pedía una pizza por teléfono, no quería ni acercarse a la cocina.
Comieron, vieron la televisión, era casi media noche. Se fueron a dormir. Cuando apagaron la luz, comenzó todo. No sólo se oía al vecino tratando de acomodar sus muebles, se oía la voz de una mujer, se le escuchaba gritando. Se oyeron una serie de golpes secos, la mujer guardó silencio.
-¿Israel oíste eso?
-¿Cómo no lo voy a oír?
-¿qué hacemos?
-¿No sé?
-¿Llamamos a la policía?
Cuando tomaron el teléfono para llamar a la policía, se volvió a escuchar algo. Katia le puso el dedo en la boca a Israel –Shhh. Era la mujer otra vez, gritaba en un tono diferente. La mujer jadeaba incrementando el volumen. El hombre se escuchaba como un eco, hablaba pero era imposible saber que decía. El tono era agresivo, daba ordenes, repetía frases. Katia e Israel no se movieron, tenían los ojos abiertos a lo que daban los párpados. Sin querer Katia soltó una carcajada. Israel le tapó la boca, él deseaba seguir escuchando. Después de la carcajada de Katia todo se quedó en silencio.
Katia llegaba cada noche con la esperanza de tener serenata por parte de los vecinos. Era algo tan torcido que sentía igual repulsión y placer en escuchar sus actividades nocturnas.
Israel llegaba más tarde los fines de semana, Katia leía, veía la televisión y esperaba oír al vecino. Por fin, después de varios de días de espera, se oía agitación en el departamento de arriba. La mujer se oía diferente, gritaba diferente, Katia pensó: -“Es otra mujer”. Sonrió con los ojos y se tapó la boca para no gritar de emoción. Esta mujer se resistió un poco más que la otra. Sonaban los golpes secos, ella gritaba de placer, él ordenaba. Su voz era firme. Se oyeron unos pasos, estaban sobre la cama. Ella gemía, él no cambiaba su tono. El hombre hablaba en Dios sabe que idioma, pero se podía distinguir que no era algo muy decente lo que decía.
Katia se encontró sola en la cama, con los vecinos de fondo, su corazón se había acelerado y a pesar de una semi-resistencia inicial se entregó a la experiencia. Deslizó sus dedos por dentro de su ropa interior, cerró los ojos y se imaginó de mil maneras al poseedor de esa voz. Jamás había hecho algo así, se sintió un poco culpable, no le dijo nada a Israel.
Era miércoles, Israel descansaba mañana, se quedaron despiertos viendo una película. Katia, por un lado deseaba que el vecino tuviese compañía, pero le daba mucha pena siquiera pensar en escuchar otra vez al vecino en presencia de Israel. Sus temores, se volvieron realidad en sólo unos minutos. Una mujer jadeaba en el techo.
-¿Ya oíste?
Katia trató de disimular,
-¿Qué?
-El vecino otra vez
-No, fue la película
-Es el vecino
Israel bajó el volumen de la televisión y se pudieron oír los quejidos de una mujer, ésta tenía una voz chillona y aguda como la de una ardilla parturienta.
-Israel, pon el volumen a la tele
-No quieres escuchar?
-NO.
-¿Por qué no? Es como ver porno, sin ver.
Katia ya no contestó, fingió tener interés en terminar de ver la película. Israel se fue al cuarto para escuchar. Pero los vecinos se habían callado. Para desgracia de Katia la película terminó antes de lo que esperaba y se tuvo que ir a la cama con Israel. Israel sostenía su miembro con su mano izquierda, era zurdo, en caso de que los vecinos decidieran reanudar actividades. Katia entró al cuarto y vio el cuadro. -¿Qué haces?, -Te estoy esperando. -¿A mí? O a la vecina chillona. –¡Ven para acá y no me la armes de pedo!.
-¡Ya te dije que no me gusta que me hables así!. – Pues ven, que te estoy esperando. Dio dos palmaditas en el colchón para señalarle dónde quería que se acostara.
Se abrazaban y acariciaban, cuando el vecino se escuchó otra vez. Esta vez no hubo golpes, sólo ordenes y frases sucias en un lenguaje extranjero. Israel ya la penetraba, -- ¡vamos a echarles unas carreritas!. Ella no contestó. Cerró los ojos, trataba de tapar los desafinados gemidos de Israel con lo que escuchaba de arriba. Imaginó que Israel le decía todas esas cosas. Se vino casi inmediatamente. Israel sorprendido le dijo entre sus gemidos , -Ya tan rápido, pues tenías ganas, mamita.
El vecino se calló, Katia perdió el interés, sin dejar que Israel se diera cuenta. Israel se vino con una sonrisa en los labios.
Hasta el momento, Israel era el único que había visto al vecino. Katia no creyó en la descripción de Israel, pensó que se trataba de cosas de machos decir que el hombre era feo y malencarado.
Era sábado en la tarde, Israel ya estaba en el restaurante, Katia se había quedado en casa. Tocaron a la puerta. Vio a un mensajero, éste traía un paquete para el vecino de arriba, y le preguntó si ella podía entregárselo. Era la oportunidad perfecta. Sin titubear aceptó. Pasó todo el día observado quien llegaba y quien salía, no vio a nadie que se pareciera a la descripción de Israel.
Anochecía y decidió ir a tocarle al vecino, con paquete en mano. Tocó y tocó a la puerta sin suerte. Estaba en la tina, cuando se oyeron pasos arriba, ya había llegado el vecino. A toda velocidad se vistió y todavia con el pelo mojado fue a tocarle.
La puerta la abrió una mujer, rubia, flaca, no precisamente bonita, en un acento le dijo en inglés: ¿Qué quieres?, ella respondió, tengo un paquete para el señor Dimitri, la rubia grito algo y al final de la frase dijo Dimitri. Él contestó algo como, “recibe tú el paquete”. La rubia trató de arrebatarle el paquete de las manos a Katia, quien inteligentemente con las uñas lo sostenía. Dijo amablemente, - Disculpe, pero quisiera dárselo al señor en persona. Claramente enojada la rubia, le gritó a Dimitri algo que bien pudo haber sido el equivalente en checo a -“Esta pendeja, quiere darte el paquete en persona”.
Katia todavía en la puerta, vio salir a Dimitri, efectivamente alto, rubio y malencarado, pensó, Israel tenía razón. La rubia todavía sostenía la puerta, se acercó Dimitri, miró a la rubia con complicidad y ella se retiró. Sostuvo la puerta, miraba a Katia a los ojos y no dijo nada.
Katia tartamudeando en inglés le dijo,
-Esto es para usted.
-¿Quién es usted?
Katia no podía creer que estaba hablando con el vecino, la voz, el acento. Su corazón se empezaba a acelerar.
-Su vecina de abajo
-¿Quién la envió?
-Nadie... el mensajero de UPS.
-¿De parte de quien es ese paquete?
-No lo sé.
Katia temblaba de la excitación, mantenía sus piernas juntas para sostenerse en pie.
Cuando Dimitri vio que Katia era inofensiva, la invito a pasar y tomarse una copa con ellos. Katia por un momento dudó y casi dice que no, pero aceptó sólo por seguir escuchándolo.
Bebían y fumaban, Dimitri fumaba puro, la rubia bebía de la botella, y Katia sostenía nerviosa su copa.
Después de un rato Dimitri, le dijo algo a la rubia, ésta se levantó del sofá y se quitó la ropa, la rubia puso sus manos detrás de su cabeza y se quedó de pie. Dimitri se dirigió ahora a Katia.
-Dime, ¿a qué viniste?.
Con la voz cortada contestó.
- A entregarle su paquete.
No voy a repetir la pregunta,
-¿A qué viniste?.
Katia ya no contestó, no se movió.
Dimitri se acercó a la rubia, le dijo que se diera vuelta, el trasero de la rubia estaba casi en la cara de Katia.
Dimitri le dijo,
-Ya sé a que viniste.
Le propinó cuatro nalgadas a la rubia, ésta ni se quejó.
Dimitri tomó a la rubia del brazo, le acomodó los codos sobre la mesa. Dimitri se la cojía y le decía en checo una letanía de cosas no muy decentes. La rubia jadeaba de placer, le contestaba en el mismo tono.
Katia sentía que se encontraba en un mundo paralelo, sin embargo, lo que era cierto, es que estaba tan excitada que estaba a punto de venirse. Dimitri le daba la espalda a Katia, parecía que en ese momento le importaban más otras cosas.
Cuando Israel abrió los ojos , Katia dormía a su lado.
Fabiola
Agosto 2004.
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